viernes, 23 de septiembre de 2011

Lo que no se ve

Esa noche era diferente a las anteriores. La invitación llegó de repente, sin necesidad de planearlo (como siempre lo hacíamos).

Me esperaba de mal humor mientras fumaba un cigarrillo. Me había tardado más de la cuenta en la oficina y llegué una hora tarde a nuestro encuentro “pensé que no llegarías nunca, estaba a punto de irme” me dijo al verme llegar. Yo sonreí “sabes que no ibas a moverte de aquí hasta que llegara”.

Su apartamento era nuestro destino. Aparentemente tenía una sorpresa para mí, al menos eso pensé después de recibir la invitación a pasar una noche inolvidable.

Apenas la puerta se cerró a nuestras espaldas me abalancé sobre él para besarlo a lo que reaccionó con rechazo “no te desesperes, hoy las cosas no serán así”. Debo confesar que la rabia me invadió ¿quién se creía que era?, llevar las riendas siempre fue mi preferencia.

Encendió la luz de la sala y se acercó a mí para vendarme los ojos, así comenzó nuestro juego. Me besó como nunca me había besado, arrancándome el aliento y despertando mil sensaciones en cada segundo. Sus dedos se enredaban en mi cabello y su lengua iba recorriendo mi cuello, creo que neutralizar uno de mis sentidos hacía de estas caricias algo indescriptible.

Un escalofrío recorrió mi espalda al sentir como el cierre de mi vestido iba bajando, mordí mis labios de puro deseo al imaginar qué cara pondría al ver que no llevaba nada de ropa interior y que ahora estaba frente a sus ojos solo con mis tacones rojos y la venda que me impedía disfrutar de su expresión. Volvió a besarme, esta vez con suavidad, y mientras tanto ponía algo alrededor de mi cuello, ni siquiera intenté detenerlo, estaba rendida ante él.

Tiró de mí suavemente con la cadena que ató a mi cuello hasta que hizo que me sentara en una silla, estando ahí me hizo tomar un poco de vino. Entre una copa y otra me besaba y me acariciaba, sin pronunciar ni una sola palabra. Mi cuerpo estaba listo para entregarse a él pero, al parecer, no había llegado el momento.

“Solo déjate llevar” me susurró al oído mientras sujetaba mis muñecas y las amarraba. Quise decirle algo pero sus labios me silenciaron nuevamente… caminamos despacio y me acostó en su cama, pude sentir el roce de su piel y noté que también estaba desnudo y tan excitado como yo.

Su lengua ascendía y descendía por mi cuerpo, recreándose en mis senos, en mi ombligo y desesperándose en mi sexo húmedo… mis gemidos aumentaban y sentía como los orgasmos me hacían contraerme en sus labios, ahogada en mi propia respiración le pedía que no parara.

Dejé de sentirlo por un instante y antes de tener tiempo para pronunciar su nombre subió mis brazos para amarrarme en la cabecera de la cama. Sus manos separaron mis piernas y comenzó a rozar mi vagina con su miembro caliente que poco a poco entró en mí. Quería clavar mis uñas en su espalda, pero hoy sería imposible dejar mis huellas en su piel.

Su respiración se agitaba y se confundía con mis suspiros. Sus movimientos que comenzaron suaves ahora cobraban una fuerza indescriptible, la divina tortura, el momento preciso que convirtió el dolor en placer. Mis piernas lo rodearon como para no dejarlo escapar de mí… mientras me llenaba de su esencia, mi cuerpo volvió a rendirse y un beso de complicidad selló nuestro encuentro.

Estando en su auto me quité la venda de los ojos. Había llegado el momento de volver a la realidad, nuestra realidad. Estacionamos para besarnos por última vez esa noche...  Marcos nos estaba esperando.

“Hermano, gracias por traer sana y salva a mi princesa, te debo una" dijo mi novio apenas nos vio llegar, y Andrés sonrió “sabes que en manos de tu mejor amigo a tu prometida nunca le pasaría nada”…

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