jueves, 8 de diciembre de 2011

Tercer intento, primera noche


Dos invitaciones rechazadas pero nunca cesó su insistencia, creo que eso mantuvo despierto mi interés. No es erróneo el dicho “la tercera es la vencida” y eso pudimos comprobarlo esa noche.

Mi visita lo tomó por sorpresa aunque ya la habíamos planificado, él estaba acostumbrado a mis “no puedo” a última hora y no lo culpo, yo sencillamente no hubiese insistido más.

No hicimos alto en ninguna zona de su casa, fuimos directo a su cuarto donde nos sentamos a hablar cosas, que incluso eran tontas, y a tomar vodka. La bebida hacía su efecto, mis mejillas estaban sonrojadas y él tarareaba cada canción que iba sonando en la lista de reproducción… “tengo un cancionero que te gustará” me dijo mientras buscaba entre los papeles que había en su gaveta “ten, ahora podemos cantar los dos”, fue en ese momento en el que empezamos a reír mientras cantábamos.

No sé cuántos minutos (y cuántas canciones) pasaron antes de lanzarme sobre él, tampoco sé cómo pude mantener la distancia en esos minutos previos… deseaba sus besos más que otra cosa en el mundo, mucho tiempo había pasado desde la última vez que probé sus labios.

Nuestros alientos estaban perfumados de alcohol y las gotas de sudor corrían debajo de nuestra ropa, mientras tanto la música agregaba una atmósfera mágica, casi perfecta. Nuestras manos pudieron sentir el palpitar de nuestros corazones y se convirtieron en la guía para quitar cada pieza que nos alejara de la desnudez.

No me di cuenta en qué momento nos quedamos solo con la luz de la luna que se filtraba por la ventana y esa noche parecía ser azul, quizás era el efecto del vodka, quizás el placer me había alterado la percepción de los colores.

Millones de caricias hicieron que conociera eso que creía inexistente y ver solo su silueta hacía este encuentro más increíble… era como fantasear, era algo que no pertenecía a este mundo.

Sus labios subían y bajaban por todo mi cuerpo, deteniéndose de vez en cuando para hacerme suspirar… eran mis gemidos y mis dedos enlazados en su cabello los que guiaban sus movimientos… me sentía diferente en sus brazos.

Mi turno de probarlo prolongó más la espera y, aunque sentíamos la necesidad de terminar con todo eso, nos contuvimos por un par de minutos más. Su piel se erizaba ante mi piel, lo acaricié con todo lo que pude, mi lengua, mis manos, mis senos, mi cabello, cada parte de mi cuerpo se llenó de sus ganas.

El piso nos sirvió de lecho, allí la tenue luz azulada de la luna alumbraba mi rostro, con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, gimiendo mientras él separaba mis piernas y con delicadeza me penetraba… la música iba acorde con sus movimientos, una divina tortura que aún resuena en mis oídos.

Exploramos cada rincón de esa habitación por una cantidad incontable de horas, parecía que nuestras ganas no se saciaran pero la verdad es que nuestro más profundo deseo era tener el mejor final, uno absolutamente diferente a los finales que habíamos tenido en nuestras vidas.

Y como quien domina en una pelea me subí sobre él para danzar hasta que nuestros cuerpos temblaron al unísono y un agudo gemido escapó de mi garganta, pude sentir cómo llenaba mi cuerpo de su esencia y sus manos trazar figuras en mi espalda… una sonrisa se dibujaba en nuestros rostros y no hicieron falta las palabras…

Desperté un poco desconcertada, incluso llegué a pensar que todo había sido un sueño, pero allí estaba él, durmiendo a mi lado. No era la primera vez que amanecía a su lado, pero sí la primera vez que lo hacíamos en esa circunstancia… no esperé nunca hacer el amor con mi mejor amigo.

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