viernes, 8 de enero de 2016

El hombre con aroma a café



Pasaron meses para descubrir (o más bien aceptar) que me sentía atraída (sexualmente) por un hombre al que veía todos los días.

No sabía su nombre, solo puedo decir que ronda los treinta y pocos y que fácilmente podía pasar desapercibido entre la gente que transita la calle.

Siempre llegaba a ese café riendo estruendosamente, queriendo llamar la atención y diariamente hacía el mismo pedido "Un latte de vainilla y dos galletas de mantequilla, por favor". El joven sonreía timidamente mientras entregaba la orden.

La última noche que lo vi olía a lluvia. Algunas gotas repicaban en el vidrio de mi carro mientras me echaba perfume. Tenía esa costumbre de querer dejar mi huella aromática por donde pasara.

Al pasar por la esquina donde estaba ese café, lo vi. Estaba esperando un taxi mientras fumaba un cigarrillo. En ese instante me pareció tan irresistible que no pude evitar detenerme para ofrecerle llevarlo hasta su casa.

Tras negarse en dos oportunidades, logré convencerlo de subir a mi carro. Busqué romper el hielo hablando del clima y de lo inusual que era ver las calles vacías un viernes por la noche.

Al tenerlo tan cerca pude notar que olía a café. Notas del embriagador aroma me quitaban el sueño automáticamente y me hacían pensar si ese perfume se acentuaba en ciertas zonas.

Luego de conducir una hora, aproximadamente, llegamos a su casa. Se mostró muy agradecido y me invitó a pasar "entremos a calentarnos, esta noche será fría". Me sorprendió el atrevimiento pero pensé que solo era una forma de pedirme que tomáramos algo. Igual no tenía más planes que ir a mi apartamento a comer helado y a ver películas románticas con mi gato.

Entramos y al estar frente a frente solo reinaba el silencio "¿puedo olerte? me encanta el aroma del café" le dije. Él accedió a mi petición y entonces me acerqué hasta su cuello y aspiré profundamente... al cabo de un rato no pude resistirme a besarlo.

Se separó sorprendido "¿Por qué lo haces?" Me encogí de hombros y me sonrojé; creo que algo así nunca me había pasado "Se supone que yo debía besarte a ti" Se lanzó sobre mí y, en una mezcla de dulzura y ansiedad, nos besamos desesperadamente. Ese era mi momento, el hombre al que deseaba en secreto al fin sería para mí.

Tal y como lo esperaba, casi todo en él olía a café: su espalda, su abdomen, sus piernas... me embriagué en cada milímetro de su piel. Sus caricias eran profundas, como si no quisieran dejarme ir de sus brazos.

Su lengua trazaba un mapa en lo más sensible de mi ser: en mis senos, en mi vientre y en toda mi feminidad. Gemía como nunca ante sus roces "hazlo así, me encantas". 

Cuando alcancé el clímax siguió besando mis muslos durante un instante que me pareció eterno... nuevamente estaba lista para él.

Se puso sobre mí y me penetró lentamente... divina tortura que casi me hacía acabar. Se movió fuerte y sus gotitas de sudor resbalaban entre los dos. El olor a café se hacía más intenso en cada embestida.

Sentí como su cuerpo se contraía y vi enrojecer su rostro... al sentir su esencia dentro de mí, me dejé llevar por el placer y suspiré.

La luz de la mañana se filtró por una de las ventanas. Aún estaba a mi lado profundamente dormido. No quise despertarlo y por eso salí a hurtadillas de su casa.

Al final de la tarde se me antojaba mi latte de vainilla al salir del gimnasio (en realidad tenía ganas de verlo a él) pero al llegar al café me atendió una muchacha bajita y regordeta... asumí que estaría libre, por eso pasé cada día por casi un mes y nunca más volví a verlo.

No me atreví a ir a su casa... preferí quedarme con el recuerdo de mi enigmático hombre que olía a café

jueves, 8 de diciembre de 2011

Tercer intento, primera noche


Dos invitaciones rechazadas pero nunca cesó su insistencia, creo que eso mantuvo despierto mi interés. No es erróneo el dicho “la tercera es la vencida” y eso pudimos comprobarlo esa noche.

Mi visita lo tomó por sorpresa aunque ya la habíamos planificado, él estaba acostumbrado a mis “no puedo” a última hora y no lo culpo, yo sencillamente no hubiese insistido más.

No hicimos alto en ninguna zona de su casa, fuimos directo a su cuarto donde nos sentamos a hablar cosas, que incluso eran tontas, y a tomar vodka. La bebida hacía su efecto, mis mejillas estaban sonrojadas y él tarareaba cada canción que iba sonando en la lista de reproducción… “tengo un cancionero que te gustará” me dijo mientras buscaba entre los papeles que había en su gaveta “ten, ahora podemos cantar los dos”, fue en ese momento en el que empezamos a reír mientras cantábamos.

No sé cuántos minutos (y cuántas canciones) pasaron antes de lanzarme sobre él, tampoco sé cómo pude mantener la distancia en esos minutos previos… deseaba sus besos más que otra cosa en el mundo, mucho tiempo había pasado desde la última vez que probé sus labios.

Nuestros alientos estaban perfumados de alcohol y las gotas de sudor corrían debajo de nuestra ropa, mientras tanto la música agregaba una atmósfera mágica, casi perfecta. Nuestras manos pudieron sentir el palpitar de nuestros corazones y se convirtieron en la guía para quitar cada pieza que nos alejara de la desnudez.

No me di cuenta en qué momento nos quedamos solo con la luz de la luna que se filtraba por la ventana y esa noche parecía ser azul, quizás era el efecto del vodka, quizás el placer me había alterado la percepción de los colores.

Millones de caricias hicieron que conociera eso que creía inexistente y ver solo su silueta hacía este encuentro más increíble… era como fantasear, era algo que no pertenecía a este mundo.

Sus labios subían y bajaban por todo mi cuerpo, deteniéndose de vez en cuando para hacerme suspirar… eran mis gemidos y mis dedos enlazados en su cabello los que guiaban sus movimientos… me sentía diferente en sus brazos.

Mi turno de probarlo prolongó más la espera y, aunque sentíamos la necesidad de terminar con todo eso, nos contuvimos por un par de minutos más. Su piel se erizaba ante mi piel, lo acaricié con todo lo que pude, mi lengua, mis manos, mis senos, mi cabello, cada parte de mi cuerpo se llenó de sus ganas.

El piso nos sirvió de lecho, allí la tenue luz azulada de la luna alumbraba mi rostro, con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, gimiendo mientras él separaba mis piernas y con delicadeza me penetraba… la música iba acorde con sus movimientos, una divina tortura que aún resuena en mis oídos.

Exploramos cada rincón de esa habitación por una cantidad incontable de horas, parecía que nuestras ganas no se saciaran pero la verdad es que nuestro más profundo deseo era tener el mejor final, uno absolutamente diferente a los finales que habíamos tenido en nuestras vidas.

Y como quien domina en una pelea me subí sobre él para danzar hasta que nuestros cuerpos temblaron al unísono y un agudo gemido escapó de mi garganta, pude sentir cómo llenaba mi cuerpo de su esencia y sus manos trazar figuras en mi espalda… una sonrisa se dibujaba en nuestros rostros y no hicieron falta las palabras…

Desperté un poco desconcertada, incluso llegué a pensar que todo había sido un sueño, pero allí estaba él, durmiendo a mi lado. No era la primera vez que amanecía a su lado, pero sí la primera vez que lo hacíamos en esa circunstancia… no esperé nunca hacer el amor con mi mejor amigo.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Lo que no se ve

Esa noche era diferente a las anteriores. La invitación llegó de repente, sin necesidad de planearlo (como siempre lo hacíamos).

Me esperaba de mal humor mientras fumaba un cigarrillo. Me había tardado más de la cuenta en la oficina y llegué una hora tarde a nuestro encuentro “pensé que no llegarías nunca, estaba a punto de irme” me dijo al verme llegar. Yo sonreí “sabes que no ibas a moverte de aquí hasta que llegara”.

Su apartamento era nuestro destino. Aparentemente tenía una sorpresa para mí, al menos eso pensé después de recibir la invitación a pasar una noche inolvidable.

Apenas la puerta se cerró a nuestras espaldas me abalancé sobre él para besarlo a lo que reaccionó con rechazo “no te desesperes, hoy las cosas no serán así”. Debo confesar que la rabia me invadió ¿quién se creía que era?, llevar las riendas siempre fue mi preferencia.

Encendió la luz de la sala y se acercó a mí para vendarme los ojos, así comenzó nuestro juego. Me besó como nunca me había besado, arrancándome el aliento y despertando mil sensaciones en cada segundo. Sus dedos se enredaban en mi cabello y su lengua iba recorriendo mi cuello, creo que neutralizar uno de mis sentidos hacía de estas caricias algo indescriptible.

Un escalofrío recorrió mi espalda al sentir como el cierre de mi vestido iba bajando, mordí mis labios de puro deseo al imaginar qué cara pondría al ver que no llevaba nada de ropa interior y que ahora estaba frente a sus ojos solo con mis tacones rojos y la venda que me impedía disfrutar de su expresión. Volvió a besarme, esta vez con suavidad, y mientras tanto ponía algo alrededor de mi cuello, ni siquiera intenté detenerlo, estaba rendida ante él.

Tiró de mí suavemente con la cadena que ató a mi cuello hasta que hizo que me sentara en una silla, estando ahí me hizo tomar un poco de vino. Entre una copa y otra me besaba y me acariciaba, sin pronunciar ni una sola palabra. Mi cuerpo estaba listo para entregarse a él pero, al parecer, no había llegado el momento.

“Solo déjate llevar” me susurró al oído mientras sujetaba mis muñecas y las amarraba. Quise decirle algo pero sus labios me silenciaron nuevamente… caminamos despacio y me acostó en su cama, pude sentir el roce de su piel y noté que también estaba desnudo y tan excitado como yo.

Su lengua ascendía y descendía por mi cuerpo, recreándose en mis senos, en mi ombligo y desesperándose en mi sexo húmedo… mis gemidos aumentaban y sentía como los orgasmos me hacían contraerme en sus labios, ahogada en mi propia respiración le pedía que no parara.

Dejé de sentirlo por un instante y antes de tener tiempo para pronunciar su nombre subió mis brazos para amarrarme en la cabecera de la cama. Sus manos separaron mis piernas y comenzó a rozar mi vagina con su miembro caliente que poco a poco entró en mí. Quería clavar mis uñas en su espalda, pero hoy sería imposible dejar mis huellas en su piel.

Su respiración se agitaba y se confundía con mis suspiros. Sus movimientos que comenzaron suaves ahora cobraban una fuerza indescriptible, la divina tortura, el momento preciso que convirtió el dolor en placer. Mis piernas lo rodearon como para no dejarlo escapar de mí… mientras me llenaba de su esencia, mi cuerpo volvió a rendirse y un beso de complicidad selló nuestro encuentro.

Estando en su auto me quité la venda de los ojos. Había llegado el momento de volver a la realidad, nuestra realidad. Estacionamos para besarnos por última vez esa noche...  Marcos nos estaba esperando.

“Hermano, gracias por traer sana y salva a mi princesa, te debo una" dijo mi novio apenas nos vio llegar, y Andrés sonrió “sabes que en manos de tu mejor amigo a tu prometida nunca le pasaría nada”…

viernes, 15 de julio de 2011

Entre líneas

Su voz pausada daba las instrucciones para nuestra evaluación final “muchachos, quiero un trabajo impecable. Este salón tiene mucho potencial, espero no decepcionarme… tienen una hora para terminar”.

Uno a uno fue abandonando el aula. Algunos con sonrisa de superioridad, otros con la decepción en su semblante, mientras tanto yo seguía rígida en mi asiento, sin una idea para plasmarla en esa insignificante hoja, mis excelentes notas se verían manchadas con un 01… aunque lo que verdaderamente me tenía preocupada era cómo iba a quedar delante de él, quien siempre me había nombrado como una de sus mejores alumnas.

Cuando salió el último de mis compañeros comencé a recoger mis cosas para irme a casa. Mi distracción se rompió al escuchar el pasador de la puerta… esto me sobresaltó, y sus palabras me aceleraron la respiración “al fin me quedo solo contigo, siempre huyes, como si te diera miedo estar cerca de mí”… estaba tan nerviosa que no sabía qué decir, ese hombre me hacía sentir intimidada, tanto que ni podía mirarlo a los ojos.

El profesor con la larga fila de alumnas esperando al menos una sonrisa me tenía encerrada en el salón y yo estaba paralizada, con los músculos tensos y los labios sellados, sin saber qué esperar, cómo actuar… Roberto me tomó de los brazos y me levantó de la silla, gemí apenas sus manos me tocaron. Sus labios buscaron los míos y en ese beso todas mis preguntas fueron respondidas. Ese era mi momento, quizás mi única oportunidad para ser suya.

Lo empujé contra su silla y subí mi camisa, dejando mis senos al alcance de sus labios. Mientras los mordía y acariciaba yo bajaba el cierre de su pantalón y me encontraba con su miembro duro como una piedra. No aguanté la tentación y me arrodillé en el piso para demostrarle que no solo soy buena escribiendo. Lo escuchaba gemir y eso me hacía sentir que controlaba la situación.

Sus dedos se enlazaron en mi cabello para separarme de su pene “es mi turno de darte una lección, perrita. Te cogeré como me de la gana, no tienes derecho a opinar”. Me cargó y me pegó de la pared, como pude me subí la falda e hice a un lado la mini panty que llevaba ese día… estaba lista para recibirlo.

Me penetró con tanta fuerza que no pude evitar gritar. Sus movimientos eran bruscos y, aunque me lastimaba, no dejaba de gemir “dame más duro, no quiero que pares” le decía.

Me llevó hasta su escritorio y me hizo inclinarme. Bajó mis pantys y volvió a penetrarme, mis caderas se movían al compás de sus embestidas, con una mano tiró de mi cabello mientras con la otra me daba nalgadas “eso, me gusta como me coges, que rico es mi profe”… un gemido salió de su boca y lo sentí llenándome de su esencia.

“La clase no termina hasta que no seas totalmente mía”… me volteó boca arriba en el escritorio y me penetró con sus dedos, ese hombre sabía como volverme loca, mientras estaba dentro de mí yo jugaba con mi clítoris, una combinación perfecta que me hizo estallar de placer… un orgasmo, dos orgasmos…

“Bueno muchachos, terminó la hora, por favor uno por uno dejen sus trabajos en mi escritorio y vayan saliendo. La nota la tendrán la semana que viene”

martes, 21 de junio de 2011

Rompiendo la rutina

Hacer la cena, lavar lo que está pendiente, guardar la ropa que lavé ayer, cocinar para mañana, una ducha y a dormir… La horrible rutina en la que se convirtió mi vida después de casarme.

Hoy lo pensaba más que otros días, creo que la falta de “cariñitos” me tenía con la sensibilidad y el humor a flor de piel. “Ojalá Julio no esté en la casa, si lo veo echadote frente al televisor creo que le lanzaré lo primero que tenga cerca”.

Las lágrimas rodaban en mis mejillas, pero llorando no resolvería nada, a fin de cuentas cuando dije “sí, acepto” ante los ojos de Dios, familiares y amigos, debía saber que algo así me esperaba.

Caminé rápido hasta llegar a mi nidito de amor, jaja un nombre ridículo que le daba a mi casa. Al entrar olía muy dulce, una mezcla entre miel y canela “así eres tú, morena bella” solía decirme Julio cuando éramos novios, suspiré y subí las escaleras, en la sala estaba él, con una sonrisa de esas que me hacen temblar las piernas, tenía una botella de vino en su mano izquierda y en la derecha sostenía una bolsa de regalo, lo miré con cara de asombro “¿y qué hay en esa bolsa?” frunció el ceño pero luego volvió a sonreir “mi amor, se dice hola, jajajaja, pues en la bolsa está una de las sorpresas que tengo esta noche para ti” con uno de sus dedos me silenció al ver que iba a empezar a quejarme por las miles de cosas que debía hacer y por lo cansada que estaba “ya todo lo que tenías pendiente lo hice. He sido egoísta por no ayudarte con tantas cosas que tienes que atender a diario, así que prometo apoyarte en todo lo que pueda… por los momentos quiero encargarme de quitarte el cansancio”

El vino y la bolsa de regalo reposaron en la mesa mientras mi Julio me besaba, sus labios eran tiernos y dulces como en nuestra primera cita, no tenía dudas, estaba perdidamente enamorada de mi esposo.

Subimos a nuestro cuarto casi sin dejar de besarnos y allí lentamente me despojó de mi ropa, él aún seguía vestido. Me guió hasta el baño y allí había otra sorpresa, la tina con agua tibia y mucha espuma, pétalos de rosas y algunas velas “te dije que iba a consentirte”. Sus manos masajearon mi espalda desnuda, no hacía más que suspirar “acompáñame, esta bañera está muy grande para mí”. Mis palabras fueron órdenes. Rápidamente se desnudó y entró al agua conmigo. No tenía sentido disimular más mi deseo por tenerlo, lo besé apasionadamente y él reaccionó lanzándose sobre mí, me encantaba tener a ese hombre a punto de hacerme suya “esta noche te haré el amor como nunca, pero esta noche también quiero cogerte”

Estaba muy excitada, Julio estaba muy bien dotado y era bueno en la cama, pero siempre me trataba sutilmente, la propuesta de cogerme me había disparado el deseo hasta las nubes, esta noche sería diferente. Más besos y caricias durante eternos minutos, sus manos jugaban en mis senos mientras yo lo masturbaba, su sexo rígido me invitaba a disfrutarlo.

Nos fuimos a la ducha y mientras el agua mojaba nuestros cuerpos mis labios se encargaban de tomar cada centímetro de su miembro, mi lengua lo recorría completamente mientras mis ojos le dirigían una mirada de lujuria a su cara de sonrojada por el placer. Mis movimientos iban dirigidos por sus manos, a un ritmo que lo hacía gemir cada vez más “trágatela toda” fue la frase que llegó con su orgasmo. No desperdicié ni una gota de su néctar, por complacerlo sería complacida. Por un breve instante nos besamos y me invitó a la cama.

Más besos que hicieron que mis ganas se volvieran incontrolables, no dejaba de gemir y ya estaba muy lubricada, sentía dolor en los pezones pero solo por el deseo.
Su lengua exploró cada rincón de mi cuerpo, deteniéndose en mi ardiente vagina. Abrí mis piernas para recibir cada lamida que me daba, para recibir sus dedos que me penetraban al mismo tiempo “soy totalmente tuya, me vuelves loca”, pero él parecía perdido en mí. Uno, dos, tres orgasmos, llenando sus labios de mis jugos, sintiendo como el calor hacía hervir mis venas, aún quería más de él.

Desesperado se subió sobre mí y me penetró con fuerza. Un grito de placer retumbó en las paredes y mis uñas se clavaron en su espalda, los besos eran intensos, nos robábamos el aliento y parecía que nos arrancaríamos los labios. El sudor se hizo presente en ese vaivén de amor y lascivia y un orgasmo simultáneo nos enlazó en ese momento perfecto.

Al despertar conseguí el desayuno junto a la bolsa de regalo que ya había olvidado. Al abrirla una sonrisa se dibujó en mi rostro… ropa interior negra, unas esposas, un látigo y una nota “esta será la primera fantasía”…

martes, 14 de junio de 2011

Que todos lo sepan

Mientras llenaba mi agenda de la semana lo estaba pensando, había estado sospechoso desde hace unos días. Atribuí su comportamiento a mi indiferencia, sus constantes celos me tenían de mal humor.

“Buenos días”

Al escuchar esa voz no me atreví ni a levantar la mirada, no sabía cómo, pero él estaba en mi oficina, ¿qué demonios pretendía? “pero que falta de educación señorita, yo que hago lo posible por verte y así me recibes” caminó hasta mi escritorio y me tomó por la barbilla, obligándome a verlo “¿qué haces aquí?” mis palabras fueron entonadas casi en un susurro. Todo mi cuerpo temblaba, no sabía cuáles eran sus intenciones pero estaba segura de que no eran buenas… “vine a verte… vine a dejarle claro a todo el mundo que eres mía, y que nadie puede acercarse a ti, en especial al tipo ese con el que tanto te ríes”. El escalofrío subió por mi espalda y luego bajó hasta mi vientre convertido en una oleada de calor, mi cuerpo temblaba y mi respiración se aceleraba, pero no debía demostrárselo, tenía que sacarlo de ahí antes de que se pusiera creativo “podemos hablar esto en otro momento, este no es el lugar adecuado”, lo vi fruncir el ceño y alejarse hasta la puerta, pero no pretendía irse, solo la cerró y puso el seguro.

“No vayas a gritar Diana, no vayas a gritar” era lo único que pensaba cuando sentía sus manos quitando mi ropa mientras me besaba, era difícil contenerme porque él me estaba haciendo todo lo que siempre me había gustado. Cuando mis tacones eran lo único que quedaba de mi vestimenta me volteó y amarró mis manos a mi espalda “vas a gritar, todos sabrán que eres mía”. Mi pecho sintió las hojas que estaban sobre mi escritorio y mi cara se apoyó sobre el teclado de mi computadora. De reojo pude verlo desnudándose. Muchos días habían pasado desde la última vez que tuvimos sexo, extrañaba ver su cuerpo, tan masculino y dispuesto a regalarme muchos instantes de placer absoluto. Ahora estaba ahí, en mi oficina, a punto de hacerme suya, sin importarle las consecuencias.

Sentí su lengua recorriendo mi espalda, lentamente hasta llegar a mi cuello, su voz en un susurro casi imposible de entender me pidió que disfrutara, que me entregara a él como nunca lo había hecho. Sus besos tenían un sabor diferente, y sus manos, eran tan suaves y sabían exactamente como tocarme. Cerré mis ojos y me volví esclava del placer que me hacía sentir… poco a poco me olvidé de ser la intachable jefa, la que nunca cometía un error, la que todo lo tenía bajo control. Ahora me estaba entregando a él, cumpliendo sus deseos.

Mis piernas temblaron al recibirlo y un gemido salió de mis labios. Con cada embestida sentía que se me iba la vida… ahora solo podía gritarle q no parara… “Di que eres solo mía, que me perteneces” me susurraba mientras sus manos castigaban mis nalgas… “SOY TUYA, SIEMPRE SERÉ TUYA Y DE NADIE MÁS”.

Nuestro orgasmo llegó al unísono, mientras él me tenía cargada y pegada contra la pared… los gemidos traspasaron las paredes y el sudor bañaba cada rincón de nuestros cuerpos, el mejor polvo de mi vida.

Terminamos de vestirnos casi al mismo tiempo. Ahora empezaba a caer en cuenta de dónde estaba “¿y ahora con que cara salgo de aquí?”, él me silenció con un beso “eso no es mi problema… esto es para que recuerdes que solo puedes ser puta conmigo” y salió de mi oficina con una sonrisa triunfal ante las miradas atónitas de mis compañeros.

martes, 24 de mayo de 2011

Secretos


Cada quien tiene derecho de rehacer su vida, pero a mí no me daba la gana de que eso pasara, por eso le hice la vida imposible a los pocos novios que tuvo mi madre después de la muerte de papá. Siempre he sido malcriada y caprichosa, y ninguno de esos pendejos lo iba a cambiar.

“Mariana, esta noche viene a cenar alguien. Estoy saliendo con él y es muy importante para mí, por favor hija, te pido que seas amable” me dijo mi madre en un tono casi suplicante, a lo que respondí “ah, entonces déjame ir a buscar las serpentinas y papelillos para el recibimiento”. Me fui a mi cuarto y tiré la puerta con todas mis fuerzas “otro imbécil” pensé.

Vi a mi mamá arreglándose para la cena, no puedo negar que estaba muy bonita, hasta ropa nueva compró… el tipo debía ser importante, pero igual iba a hacer todo lo posible para que se ladillara, aquí se juega con mis reglas.

Bajé hasta la puerta cuando sonó el timbre, mi mamá no estaba lista y me tocaba recibir y atender al invitado especial. No era lo que yo esperaba, más bien se adaptaba al tipo de hombre que me gustaría tener, un italiano como de 1,85 de alto y un cuerpo bien formado, su piel blanca estaba tenuemente bronceada, su cabello era un poco largo y castaño claro, vestía muy informal y estaba despeinado. Sabía que era más joven que mi mamá, pero no pensé que tanto. Su varonil voz interrumpió el silencio “Mariana, eres más bonita de lo que dice tu mamá, yo soy Gianmarco” luego de esto me regaló una sonrisa que me hizo tartamudear “hola, mmm, mi mamá aún no está lista, emmm, te toca esperar un rato… ¿quieres algo de tomar?” mi hostilidad había desaparecido por completo “tranquila nena, así estoy bien”.

La cena transcurrió con una atmósfera de incomodidad, mi mamá sentía tensión porque esperaba una mala actitud de mi parte, Gianmarco casi no hablaba, y yo solo jugaba con la comida… las horas pasaron lentas.

Entré a mi cuarto apenas el novio de mi mamá se fue, necesitaba calmar mis ansias de inmediato, ese hombre había despertado mi deseo. Me masturbé con rudeza, mi humedad no me permitía sentir dolor. Mis gemidos se ahogaban en mi almohada que, quizás por mi propia imaginación, olía al perfume de ese italiano que era el protagonista de mis fantasías. Lo quería para mí, no me importaba si mi madre tenía que convertirse en mi rival.

Las visitas de mi objetivo eran más constantes. Mi mamá estaba feliz porque era la primera vez que no me comportaba de forma grosera con uno de sus pretendientes, mientras tanto Gianmarco nos llenaba a ambas de bonitos detalles. Los celos me tenían enferma, aunque debo confesar que siempre los regalos más bonitos y costosos eran para mí… sabía que no le era indiferente.

Las miradas eran disimuladas pero siempre estaban presentes. Me le insinuaba, a veces muy descaradamente, y eso no me importaba, mi mamá estaba muy ocupada para notarlo, y era muy ingenua para imaginarlo. Gianmarco trataba de ocultarlo pero sus gestos lo delataban, me deseaba, lo veía en sus ojos y marcado en sus jeans… solo faltaba que se diera la oportunidad para dar rienda suelta a nuestra pasión, pero ¿cuándo llegaría ese momento?... la espera me estaba enfermando.

Mi mamá es una mujer muy ocupada, y por su trabajo le tocaba viajar mucho. No le gustaba dejarme sola pero ahora Gianmarco podía ir a la casa un rato todos los días para ver que todo marchara bien conmigo. Mi oportunidad había llegado.

Gianmarco ya tenía llaves de la casa, y yo había calculado a que hora llegaría. “Mariana, ¿dónde estás?” lo escuché decir apenas la puerta se cerró detrás de él, “ven hasta la cocina, aquí estoy”. Su cara fue de sorpresa al verme sentada en el mesón de mármol. Solo tenía una mínima franela blanca con la boca de los Rollings Stones, y unos cacheteros morados, mi cabello estaba húmedo y mis uñas rojas jugaban en mis piernas “acércate, yo sé que querías ver esto”. Creo que no pasaron ni cinco segundos y él ya estaba frente a mí “nena, ¿por qué haces esto?” y sus besos no me dejaron responder, sus manos se enredaron en mi cabello mientras yo rodeaba su cuello… sentía que pronto perdería el control, ese hombre me excitaba como ninguno.

Le quité la camisa lo más rápido que pude, y al ver sus pecas fue imposible evitar morderlas. Así marqué sus brazos, su pecho, sus hombros y su espalda, él no me prohibía nada. Mis piernas se enrollaban alrededor de su cuerpo y ya mi humedad pasaba de la tela morada que cubría mi vagina “que caliente eres Mariana, veamos como te siente mi lengua” me susurró mientras me acostaba en el frío mesón. Me quitó el cachetero y comenzó a lamer mi sexo con desespero, mis gemidos comenzaron con suavidad y se convirtieron en gritos desenfrenados al sentir como sus dedos entraban en mí y su lengua jugaba con mi clítoris, mi primer orgasmo llegó haciéndome temblar “penétrame ya, te quiero sentir, hazme tuya” le supliqué entre gemidos. Me llevó cargada hasta el mueble de la sala, y allí, frente a mis ojos, terminó de desnudarse. Lo miré a los ojos y sin palabras acerqué mis labios hasta su pene que solo esperaba sentirme. Lo lamí y succioné con firmeza, metiéndomelo todo en la boca, subía la mirada para ver su cara de satisfacción y él solo susurraba “eres increíble carajita, no pares”… no tenía intención de sacarlo de mi boca, pero fue Gianmarco quien poco a poco me separó. Se acostó en el mueble “móntame, quiero ver si solo te mueves rico cuando bailas” obedecí y me subí sobre él… mientras mis caderas subían y bajaban, me quité la camisa. Sus manos comenzaron a jugar con mis senos y esto me hacía mover con más salvajismo. Disfrutaba al ver su cara de placer, sus mejillas estaban rojas y sus labios entreabiertos “¿dónde quieres que te acabe?”, al oír esto me giré y quedé dándole la espalda, sacó su miembro y se masturbó con mis nalgas, lo sentí corriéndose para mí, allí lo quería.

Una semana después mi mamá regresó a casa, su cara mostraba sufrimiento y unas ojeras que indicaban noches de insomnio “Gianmarco se enamoró de otra, y aunque sabe que esa maldita mujer nunca será para él igual decidió abandonarme y se fue lejos, muy lejos”. Me sentía triunfadora, él tampoco sería para mí, pero lo había separado de ella “bueno mami, tan bueno que se veía y fíjate que también tenía su secreto bien guardado”